
El reparto de las influencias internacionales en el Magreb lleva décadas bien definido. El abandono por España del antiguo Sáhara español dividió la región en dos bandos: por una parte, Marruecos, en solitario y fuertemente apoyado por Estados Unidos. Por el otro lado, Argelia, Libia y Mauritania, bajo la influencia soviética.
Para entender esta pugna por las ardientes tierras saharauis hay que viajar a los yacimientos de fosfatos de Bucraa. El fósforo era un bien estratégico a nivel mundial ya cuando los españoles descubrieron estos yacimientos del Sáhara en 1947 y construyeron las minas de extracción y una cinta transportadora, la más larga del mundo, hasta el puerto de El Aaiún. Junto al nitrógeno y el potasio, el fósforo es uno de los nutrientes básicos del reino vegetal. Sin fósforo, no puede desarrollarse agricultura alguna. A menos que los sistemas cambien, la escasez de fosfatos podría conducir a la escasez de fertilizantes inorgánicos, lo que a su vez reduciría la producción mundial de alimentos. La marroquí OCP, que explota las minas de fosfato, controlada directamente por el Rey de Marruecos, tiene hoy por hoy las tres cuartas partes de las reservas mundiales de este mineral. No hay, de momento, sustitutivos ni naturales ni artificiales. Los cálculos estiman que queda fosfato para entre 50 y 250 años. Estados Unidos y muchos otros países compran el fosfato de esos yacimientos y tienen, por ello, un especial interés en que la estabilidad de la región no corra peligro.
Nunca pasó a guerra caliente
La Guerra Fría que se libró en tantos escenarios del mundo el pasado siglo entre EEUU y la URSS nunca paso a guerra caliente, aunque a veces estuvo realmente cerca, como en la crisis de los misiles, entre Estados Unidos y Cuba en 1962 o, más cerca en el tiempo, a partir del bombardeo norteamericano sobre Trípoli y Bengasi, el 15 de abril de 1986, con el objetivo exclusivo de eliminar a Muamar El Gadafi, al que la Administración Reagan acusaba de estar detrás del atentado de la Discoteca La Belle en Berlín.
También en el Norte de África y, especialmente, en el Estrecho de Gibraltar las tensiones entre Estados Unidos y la URSS venían de antiguo. Aguas españolas, marroquíes y británicas (al menos de facto) confluyen en un estrecho de 14 kilómetros, una calle de agua que comunica Mediterráneo y Atlántico, Asia y América, cuyo control nadie quiere ver en unas únicas manos.
Argelia, el país más grande de África, ha sido peón de la URSS, a pesar de su ambigüedad histórica. Aunque celoso de su autonomía, sigue cobijado militarmente bajo la sombra de Moscú, donde se formaron muchos de sus actuales cuadros castrenses, policiales y de inteligencia. Apoya la reivindicación territorial del Polisario sobre el Sáhara porque quiere un puerto en el Atlántico y aspira también a una porción de su pastel mineral. Como faro que ha sido siempre de todas las revoluciones africanas antiimperialistas y punto de encuentro de los “movimientos de liberación” de todo el mundo (los españoles ETA, Grapo y Mpaiac también), Argel estrechó lazos con la URSS y los sigue manteniendo con la Rusia de Putin, a la que compra todo su considerable arsenal.
El Polisario ha causado desde sus inicios numerosas bajas al Ejército Real de Marruecos y, sobre todo, los soldados del Ejército de Liberación Popular Saharaui hicieron cuantiosos prisioneros en los años 80, algunos de los cuales llegaron a estar retenidos en sus campamentos en Argelia más de veinte años. Ese enfrentamiento ha sido, en realidad, un auténtico conflicto militar entre los mismos actores de la Guerra Fría: el Pacto de Varsovia, apoyando, a través de Argelia, al Frente Polisario; y Estados Unidos, Francia y España, apoyando a Marruecos mediante acuerdos de cooperación en materia de defensa.
No hay que perder de vista que España era aliada de los EEUU desde que en 1953 Franco autorizó el establecimiento de las bases militares norteamericanas en Zaragoza, Torrejón, Morón de la Frontera y Rota, un auténtico eje estratégico norte-sur de la península ibérica. Pero, paradójicamente, España mantenía también una representación oficial del Frente Polisario en Madrid y, aunque no ha reconocido nunca oficialmente a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), ha enviado ayuda humanitaria a los campamentos de Tinduf y hasta ha facilitado a los niños del Sáhara estancias vacacionales en familias españolas, algo que siempre molestó a Rabat.
«Marruecos ha sabido jugar bien sus cartas»
No hay duda de que Marruecos es un país que ha jugado siempre bien sus cartas, quizá porque Rabat no está sometido a su opinión pública tanto como lo están los gobiernos democráticos, los que se eligen en las urnas. Libra actualmente una guerra de baja intensidad con el Polisario, a la que quiere poner fin. Se presenta como amiga de EEUU pero no le hace ascos ni a los acuerdos ni a los negocios con Putin: ni Rusia votó en la ONU el octubre pasado la resolución para prorrogar la MINURSO en el Sáhara ni Marruecos votó este mes la resolución de condena a la invasión rusa de Ucrania.
En la región existe hoy una velada carrera armamentística. Argelia se gastó el año pasado 7 mil millones en armas compradas a Rusia. Marruecos incrementó el mismo periodo un 30% su gasto militar.
Argelia es un socio estratégico para España, sobre todo por las importaciones de gas. Y España es, a su vez, el primer socio comercial de Marruecos, por delante ya de Francia. Las grandes diferencias de Madrid con Marruecos han tenido siempre que ver con la soberanía sobre Ceuta y Melilla (por cierto, fuera del paraguas de la OTAN desde 1982) y con la posición de España con respecto al Sáhara Occidental. Este último escollo lo ha dado Rabat ya por finiquitado con la reciente (y bochornosa para muchos) carta de Pedro Sánchez, pero tanto es así que el mismo domingo pasado en que regresó la embajadora de Marruecos a Madrid, Argelia llamaba a consultas al suyo. El Gobierno español cruza los dedos para que el enfado de Argel no afecte a los acuerdos del gas que podrían convertir a España en un hub de almacenamiento y distribución de ese gas para toda Europa. España cree que Argel, sin el apoyo o respaldo de una Rusia fuerte, no está para grandes pulsos. Sin embargo, Argelia está tratando ya con Italia la venta de su gas a Europa.
Flujos migratorios
No todo está resuelto tampoco en lo que se refiere a flujos migratorios (como llama Europa a la inmigración clandestina o irregular), ni a la soberanía de las aguas próximas a la línea de costa del Sáhara. La reciente inscripción por Marruecos, en 2020, del mar del Sáhara en su zona territorial ha hecho colisionar esas aguas con las de la Zona Económica Exclusiva de Canarias. Naciones Unidas no reconoce esa ampliación emanada unilateralmente del Parlamento de Marruecos, porque no reconoce la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Pero sí el Sáhara acabara finalmente bajo soberanía marroquí, esas aguas ricas en minerales serían jurídicamente un nuevo motivo de disputa.
Y queda Libia, un avispero de milicias apoyadas por uno y otro bando (OTAN y Rusia, mercenarios de Blakwater y de Wagner respectivamente). El caos post-Gadafi nos ha llevado a saber lo que significaba un estado fallido. El propio Obama dijo que “fue un error no haber pensado en qué sería de Libia después de Gadafi”. Mauritania acaba de cambiar de bando. El terrorismo yihadista llama a sus puertas y nadie quiere que se haga con ninguna fuente de recursos naturales de la región ni que pueda campar a sus anchas por ningún desierto. Y, menos aún, que cruce el Estrecho de Gibraltar. Y, si lo hace, que la cooperación en la lucha antiterrorista con Marruecos permita que nos enteremos.
José Ángel Cadelo